De tudo ao meu amor serei atento
Antes, e com tal zelo, e sempre, e tanto
Que mesmo em face do maior encanto
Dele se encante mais meu pensamento.

Quero vivê-lo em cada vão momento
E em seu louvor hei de espalhar meu canto
E rir meu riso e derramar meu pranto
Ao seu pesar ou seu contentamento

E assim, quando mais tarde me procure
Quem sabe a morte, angústia de quem vive
Quem sabe a solidão, fim de quem ama

Eu possa me dizer do amor (que tive):
Que não seja imortal, posto que é chama
Mas que seja infinito enquanto dure.
(Vinicius de Moraes, 1913-1980)

Aunque bueno en los deportes, la natación fue un martirio en mi adolescencia. Aquel profesor rectangular sin expresiones de apellido Chiroque me hacía nadar al final con los demás negados para la piscina. Era un espectáculo para la burla y la chacota. A su orden, como podíamos saltábamos al agua, agitábamos las piernas, alzábamos los brazos, intentábamos todos los estilos pero igual mis pies tocaban el fondo y el otro borde de la piscina no parecía llegar nunca; otro impulso para intentarlo, no importaba desaprobar tanto como tocar el otro borde, era un tema no de notas sino de dignidad; una brazada más... Brrrrrrtttt, impávido, Chiroque tocaba su silbato, anotaba en su registro y señalaba que la clase había acabado. Fin del circo, dignidad sumergida.

Por ese tiempo, casi me ahogo en la playa de San Pedro y mi relación con el mar terminó abruptamente. Desde ese momento, contadas veces volví a un mar que además en Perú suele ser gélido y turbio. Estar en una laguna, lago, río o piscina me producían alerta. No había aprendido a nadar y empecé a detestar por extensión el verano, los bronceados, la pesca, el surfing… pero entonces, apareció Angra dos Reis.

Angra dos Reis es un pequeño pueblo costero situado apenas a dos horas de Río de Janeiro. Casi todo el litoral es una hilera caprichosa de montañas forestales de baja altura que te permite por un lado tener vistas espectaculares del mar color turquesa, el cielo color azul intenso y la costa color verde esmeralda; por otro lado, crear playas de aguas apacibles y cálidas. Aquel entonces afirmé que Angra dos Reis sería aquel lugar donde pasaría mi vejez.

Desde el puerto, uno puede surcar mar adentro en un gran velero que de repente ancla en medio del océano y la nada para pedir a todos que salten al agua. Se imaginarán la ansiedad que ello me produjo, pero veía como todos iban saltando al agua y pronto alcanzar una planicie con agua que cubría hasta los tobillos en medio del océano. Era un arrecife o una isla sumergida de poco más de unos metros de altura que generaba una improvisada pero espectacular playa en medio del océano. Un mar inundado de peces casi domesticados puesto que se acercaban al velero a sabiendas que recibirían comida; estrellas de mar y erizos inmensos que un buceador mostraba luego de sumergirse apenas unos metros en el fondo del mar; cielo azul, mar turquesa, sol cálido, mar tibio, casi el paraíso. Aún sin saber nadar hubiese deseado quedarme toda mi vida en aquel lugar; hubiese querido dedicarme a ser guía de turistas; hubiese querido hacerme pescador de aquellos mares. Sin embargo, no sabiendo nadar, perdí una linda oportunidad de disfrutar el paraíso.

Si bien Río de Janeiro es de las ciudades más turísticas de Brasil, mi sorpresa fue esta pequeña caleta del cual no había escuchado antes (ni después) mayor referencia. No sugiero ni mínimamente dejar de visitar Río. Un paseo por Copacabana o beber una caipirinha en Ipanema admirando a praia y as garotas cariocas es más que suficiente para estar feliz en Río. Y si ello se hace mientras escuchas Ela e Carioca o Desafinado cantada por João Gilberto, Eu sei que vou te amar por María Creuza o Águas de Março por Elis Regina todas ellas creaciones de Tom Jobim y Vinicius es fácil imaginar qué inspiró al músico y al poetinha crear la Bossanova. El Corcovado y Pão de Açúcar son imperdibles; y si amas el fútbol, un clásico Vasco-Flamengo para admirar lo que es una torcida hace de Río un lugar ideal para destinar unas semanas en esta ciudad. Sin embargo, nunca pude despejarme de la paranoia limeña sino todo lo contrario, acentuarla. La violencia y la delincuencia se perciben en las esquinas, sinuosas miradas que esperan un descuido. Por eso, aunque Río es Río –y aunque no he estado en un carnaval- si pudiese elegir, cargaría mi Bossanova y cachaça y me mudaría a Angra dos Reis.

Cuando regresé de aquel viaje - a mis veintinueve años- intenté una vez más aprender a nadar. Desde cero, sin roches y pensando en Angra dos Reis, lo conseguí. Desde entonces, ha sido una costumbre que he venido practicando hasta la actualidad. Una cosa más que agradeceré a Angra dos Reis, la Bahía de los Reyes.

Posted by Cerdas Travesías on

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