Ayacucho significa en quechua "rincón de muertos" y nunca un nombre fue tan dolorosamente profético. Debe haber sido 1998 cuando visité por primera Ayacucho. Ya habian pasado seis años de la captura de Guzmán, el líder terrorista de Sendero Luminoso que había iniciado desde esta ciudad, en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, un espiral indiscriminado de sangre y dolor. Cuando visité Ayacucho, la ciudad seguía olvidada; no había todavía mayores reinserciones ni había sido poblado por ongs; aún no se hablaba de la violencia barrial; y todos te miraban sigilosos. Con quienes hice amistad o trabajé en Ayacucho tenían un relato de tragedia, una perdida cercana. Solía quedarme sin palabras, sin respuestas inundado de culpa. En ese entonces, era como si Ayacucho hubiese perdido una generación que trabaje por ella; era una ciudad de viejos y una ciudad de niños, sin adultos jóvenes. Mientras trabajaba en Ayacucho, fui testigo de la primera caravana organizada de retorno luego de la migración forzada. Ayacucho empezaba a "repoblarse" no sólo de quienes fueron forzados a salir por la violencia, sino de limeños y extranjeros alentados a trabajar en aquel rincón de muertos. La ciudad se transformaba; el debate y los resentimientos surgían entre los que se fueron y los que se quedaron, entre la tradición y la modernidad, entre lo local y lo foráneo.
Volví a Ayacucho varias veces más. He recorrido su tierra desde Huamanga hasta Huanta al norte; he visitado la zona de bravos jinetes Morochucos por Cangallo; más allá hasta Vishchongo y Vilcashuaman donde me relataron cómo una moneda al aire lanzada por terroristas decidió la desdicha de Vilcas; he pasado Quinua hasta llegar a Tambo y mucho más allá hacia la selva de San Francisco donde extrañamente pasé a Kimbiri, Cuzco para de nuevo aparecer en Savia, Ayacucho. Recuerdo el regreso en un lanchón (camión de plataforma) junto con una fila de delincuentes esposados y resguardados por policías porque no había otra forma de transportarlos. He ido por el sur a Puquio y Aucará, esa zona inaccesible desde Ayacucho que sólo es posible de ser visitado saliendo a Ica en la costa para volver a entrar a la sierra. He viajado desde Ayacucho hasta Andahuaylas por serpentinos y finísimos hilos que fungían de carreteras, donde era mejor bajarse en ciertos tramos y donde me contaban que los lunes, miércoles y viernes se viajaba de subida mientras que los martes y jueves eran de bajada para evitar que los vehículos se encuentren cara a cara.
En Ayacucho descubrí un hermoso lugar escondido y poco explorado para el viajero. La ruta Ayacucho-Vilcashuamán es en mi opinión uno de los mejores lugares del Perú aunque se advierte la ruta no es nada fácil. La aventura parte en Ayacucho, la zona más rica del país en artesanía: retablos, cerámica, textiles, tallado y escultura. Visitar el distrito de Quinua, el barrio de Santa Ana y la propia ciudad de Ayacucho es ideal para descubrir el arte ayacuchano y conseguir un buen recuerdo. Quinua es cerámica; busque uno basado en los colores tradicionales: blanco y rojo ladrillo; los motivos pueden ser diversos pero casi siempre costumbristas o religiosos. Descubra en Ayacucho los retablos, esas cajitas que develan arte; note aquellos que son hechos a mano y no basado en moldes; lo notará en la finura del diseño y la originalidad del trabajo. Pregunte por las tablas de Sarhua, arte popular en madera que se ha adaptado a los tiempos. También los tallados hecho de piedra huamanguina. Suba al barrio de Santa Ana; observe y si puede compre (los precios no son modestos) alfombras o tapetes con los más intricados diseños casi en tres dimensiones.
Deguste tunas rojas, blancas, verdes, naranjas y amarillas si es época; pruebe el japchi, ese amasijo verde de queso y papas que debería fácilmente competir en sabrosura con la huancaina o la ocopa; saboree un puka picante que no es más que un guiso sabroso de papas en salsa roja; y si es más atrevido, intenta tomar una sopa de mote y mondongo que incluye panza, tripas y ojos de cordero que te miran culposo cuando engulles la presa. Más histórico, puede visitar las ruinas de Wari o algunas de las 33 iglesias de la ciudad (sin contar que este post no dio para hablar de Semana Santa).
La ruta se extiende hacia Vilcashuamán (Halcón Sagrado). El transporte no es el mejor. Una combi que parte cuando se llena y sólo por las mañanas te da derecho a viajar con la sensación de estar en una gran lavadora. La carretera es pésima y si es periodo de lluvias, pueden ser una tortura. Cuando llegas a Vilcas luego de 5 horas de viaje desde Ayacucho (aprox. 100 Km.), estás en el corazón de una importante llajta inca (ciudad inca) resistente al paso del tiempo. Los restos arqueológicos de edificios piramidales rememoran inmediatamente la técnica casi perfecta de los incas parar amoldar grandes piezas de piedra. Además del templo del Sol y la Luna, destaca el Ushnu, una construcción piramidal truncada en cuya cima reposa una silla de piedra donde se asume se sentaba el inca con su colla para presidir las ceremonias y reuniones.
No suele llegar mucha gente a Vilcas; una impresionante iglesia católica construida sobre el templo inca resume la imposición de una cultura sobre la otra. Al frente, una comisaría testigo de varios ataques senderistas ahora parece renuente a recordar lo qué pasó; sólo a unas cuadras, un cementerio cuyas lápidas se concentran en la década de los ochenta te deja sin aliento y desesperanzado. Vilcas fue un centro de propaganda de Sendero Luminoso desde mucho antes de iniciada la guerra popular en los ochenta. Atacada varias veces, en mi memoria ha quedado aquella imagen de la exposición fotográfica Yuyanapaq donde un campesino enrolla la foto de Belaunde en medio del local municipal de Vilcas totalmente destruido.
En el trayecto a Vilcas, se encuentra Vischongo (casi 1 hora antes de llegar a Vilcashuamán). No espere ni siquiera pobres hoteles. Cuando lo visité sólo existía la casa de un ex-profesor sobreviviente de la guerra. Su casa funge de hospedaje, limpio sin mayores servicios. Lo peculiar, cada cama lleva una bacinica al pie para no salir a la intemperie de la madrugada hacia los baños que se encuentran fuera. Vischongo es el punto de partida para el Bosque de Titankas. La titanka no es otro más que la Puya Raimondi. Siempre pensé que la Puya Raimonindi - árbol raro que sólo florece una sola vez en la vida- sólo podía encontrarse en Ancash, pero perdido entre los cerros de Vischongo se encuentra un bosque de estos poco comunes árboles que maduran a la edad de cien años para producir en una sóla vez alrededor de 8 mil flores con la cual aseguran la prolongación de su existencia. Extensas pampas de puyas. Claro, no imagine encontrar todas las puyas en fase adulta de florecimiento como se conoce en las fotografías. La caminata empieza muy temprano en la mañana, casi a oscuras y el bosque sólo puede ser alcanzado después de 3 horas de caminata (eso depende del ritmo de cada uno, así que bien podrían ser 2 o 4 horas). En el camino notará que las puyas son quemadas en su base porque el ganado suele enredarse entre las pencas y espinos de la base, lo cual hizo la creencia que estos árboles eran carnívoros. Cerca de Vischongo se encuentra las ruinas de Intihuatana que ojalá tuviese la atención que otras ruinas incas. Es un lugar sin poca atención, una promesa turística que ha quedado abandonada en medio de la guerra civil desencadenada en los ochenta.
Ayacucho es un lugar de hermosos paisajes y una rica tradición en arte, comida y costumbres pero es a la vez un encuentro con el lado más oscuro de la humanidad; un encuentro con la pobreza, el olvido y la violencia que desempolva el existencialismo, que conmueve, que te hace sentir culpable, un Vallejo.
*Porque fue un viaje que realicé mucho tiempo atrás, los siguientes links me sirvieron de apoyo. Sugiero su lectura si hay interés de visitar: http://www.arqueologiadelperu.com.ar/vilcas.htm
http://blog.pucp.edu.pe/item/96130/la-historica-ciudad-de-vilcashuaman
http://www.travelblog.org/South-America/Peru/Ayacucho/blog-252446.html
Volví a Ayacucho varias veces más. He recorrido su tierra desde Huamanga hasta Huanta al norte; he visitado la zona de bravos jinetes Morochucos por Cangallo; más allá hasta Vishchongo y Vilcashuaman donde me relataron cómo una moneda al aire lanzada por terroristas decidió la desdicha de Vilcas; he pasado Quinua hasta llegar a Tambo y mucho más allá hacia la selva de San Francisco donde extrañamente pasé a Kimbiri, Cuzco para de nuevo aparecer en Savia, Ayacucho. Recuerdo el regreso en un lanchón (camión de plataforma) junto con una fila de delincuentes esposados y resguardados por policías porque no había otra forma de transportarlos. He ido por el sur a Puquio y Aucará, esa zona inaccesible desde Ayacucho que sólo es posible de ser visitado saliendo a Ica en la costa para volver a entrar a la sierra. He viajado desde Ayacucho hasta Andahuaylas por serpentinos y finísimos hilos que fungían de carreteras, donde era mejor bajarse en ciertos tramos y donde me contaban que los lunes, miércoles y viernes se viajaba de subida mientras que los martes y jueves eran de bajada para evitar que los vehículos se encuentren cara a cara.
En Ayacucho descubrí un hermoso lugar escondido y poco explorado para el viajero. La ruta Ayacucho-Vilcashuamán es en mi opinión uno de los mejores lugares del Perú aunque se advierte la ruta no es nada fácil. La aventura parte en Ayacucho, la zona más rica del país en artesanía: retablos, cerámica, textiles, tallado y escultura. Visitar el distrito de Quinua, el barrio de Santa Ana y la propia ciudad de Ayacucho es ideal para descubrir el arte ayacuchano y conseguir un buen recuerdo. Quinua es cerámica; busque uno basado en los colores tradicionales: blanco y rojo ladrillo; los motivos pueden ser diversos pero casi siempre costumbristas o religiosos. Descubra en Ayacucho los retablos, esas cajitas que develan arte; note aquellos que son hechos a mano y no basado en moldes; lo notará en la finura del diseño y la originalidad del trabajo. Pregunte por las tablas de Sarhua, arte popular en madera que se ha adaptado a los tiempos. También los tallados hecho de piedra huamanguina. Suba al barrio de Santa Ana; observe y si puede compre (los precios no son modestos) alfombras o tapetes con los más intricados diseños casi en tres dimensiones.
Deguste tunas rojas, blancas, verdes, naranjas y amarillas si es época; pruebe el japchi, ese amasijo verde de queso y papas que debería fácilmente competir en sabrosura con la huancaina o la ocopa; saboree un puka picante que no es más que un guiso sabroso de papas en salsa roja; y si es más atrevido, intenta tomar una sopa de mote y mondongo que incluye panza, tripas y ojos de cordero que te miran culposo cuando engulles la presa. Más histórico, puede visitar las ruinas de Wari o algunas de las 33 iglesias de la ciudad (sin contar que este post no dio para hablar de Semana Santa).
La ruta se extiende hacia Vilcashuamán (Halcón Sagrado). El transporte no es el mejor. Una combi que parte cuando se llena y sólo por las mañanas te da derecho a viajar con la sensación de estar en una gran lavadora. La carretera es pésima y si es periodo de lluvias, pueden ser una tortura. Cuando llegas a Vilcas luego de 5 horas de viaje desde Ayacucho (aprox. 100 Km.), estás en el corazón de una importante llajta inca (ciudad inca) resistente al paso del tiempo. Los restos arqueológicos de edificios piramidales rememoran inmediatamente la técnica casi perfecta de los incas parar amoldar grandes piezas de piedra. Además del templo del Sol y la Luna, destaca el Ushnu, una construcción piramidal truncada en cuya cima reposa una silla de piedra donde se asume se sentaba el inca con su colla para presidir las ceremonias y reuniones.
No suele llegar mucha gente a Vilcas; una impresionante iglesia católica construida sobre el templo inca resume la imposición de una cultura sobre la otra. Al frente, una comisaría testigo de varios ataques senderistas ahora parece renuente a recordar lo qué pasó; sólo a unas cuadras, un cementerio cuyas lápidas se concentran en la década de los ochenta te deja sin aliento y desesperanzado. Vilcas fue un centro de propaganda de Sendero Luminoso desde mucho antes de iniciada la guerra popular en los ochenta. Atacada varias veces, en mi memoria ha quedado aquella imagen de la exposición fotográfica Yuyanapaq donde un campesino enrolla la foto de Belaunde en medio del local municipal de Vilcas totalmente destruido.
En el trayecto a Vilcas, se encuentra Vischongo (casi 1 hora antes de llegar a Vilcashuamán). No espere ni siquiera pobres hoteles. Cuando lo visité sólo existía la casa de un ex-profesor sobreviviente de la guerra. Su casa funge de hospedaje, limpio sin mayores servicios. Lo peculiar, cada cama lleva una bacinica al pie para no salir a la intemperie de la madrugada hacia los baños que se encuentran fuera. Vischongo es el punto de partida para el Bosque de Titankas. La titanka no es otro más que la Puya Raimondi. Siempre pensé que la Puya Raimonindi - árbol raro que sólo florece una sola vez en la vida- sólo podía encontrarse en Ancash, pero perdido entre los cerros de Vischongo se encuentra un bosque de estos poco comunes árboles que maduran a la edad de cien años para producir en una sóla vez alrededor de 8 mil flores con la cual aseguran la prolongación de su existencia. Extensas pampas de puyas. Claro, no imagine encontrar todas las puyas en fase adulta de florecimiento como se conoce en las fotografías. La caminata empieza muy temprano en la mañana, casi a oscuras y el bosque sólo puede ser alcanzado después de 3 horas de caminata (eso depende del ritmo de cada uno, así que bien podrían ser 2 o 4 horas). En el camino notará que las puyas son quemadas en su base porque el ganado suele enredarse entre las pencas y espinos de la base, lo cual hizo la creencia que estos árboles eran carnívoros. Cerca de Vischongo se encuentra las ruinas de Intihuatana que ojalá tuviese la atención que otras ruinas incas. Es un lugar sin poca atención, una promesa turística que ha quedado abandonada en medio de la guerra civil desencadenada en los ochenta.
Ayacucho es un lugar de hermosos paisajes y una rica tradición en arte, comida y costumbres pero es a la vez un encuentro con el lado más oscuro de la humanidad; un encuentro con la pobreza, el olvido y la violencia que desempolva el existencialismo, que conmueve, que te hace sentir culpable, un Vallejo.
*Porque fue un viaje que realicé mucho tiempo atrás, los siguientes links me sirvieron de apoyo. Sugiero su lectura si hay interés de visitar: http://www.arqueologiadelperu.com.ar/vilcas.htm
http://blog.pucp.edu.pe/item/96130/la-historica-ciudad-de-vilcashuaman
http://www.travelblog.org/South-America/Peru/Ayacucho/blog-252446.html
Aún recuerdo la triste sensación de visitar el cementerio abandonado, con muchas tumbas abiertas. Fuerte.
Cierto o no cierto.. se comenta que ambos bandos (terrucos y nuestras dignisimas fuerzas armadas) eran tan o mas crueles uno del otro con un pueblo inocente, por las muchas historias verdaderas algunas y creadas otras contadas por el mismo pueblo.
Tengo la irònica suerte de tener familiares que aun lloran la desapariciòn o muerte de alguno de sus miembros en el tiempo del terrorismo....casas que fueron reconstruidas despues de un atentado, pero con un estilo tan necesariamente carcelario ....sin ventanas para evitar algun atentado adicional...en fin....es FUERTE si.
Volveria a Ayacucho SI!! una y diez vecez mas...caraxo! // LILA!!